Si acaso
Po Poy nos tiende un laberinto, es un laberinto a transitar jugando. En él,
todos los linderos son ambiguos, inestables y corredizos.
Los
organismos allí parecieran coleccionados, pero no almacenados en depósito.
Inertes o no, vibran con cadencia irregular, articulados a trozos, en unión a
veces ilógica, emocionante, rara. Se mueven. Conforman junto a nosotros el
laberinto y el juego al que jugamos. Tratan de entablar conversación sin
apoyarse del todo en ningún convenio previo, establecido, aprendido. Nos
brindan un camino y un agujero.
El riesgo
es pequeño si consideramos que la experiencia del juego en sí misma es la
recompensa primera. Porque allí, cabe perderse, sorprenderse, seguir la pista
falsa, abatir una esquina o sumarse a ella, inquietarse, improvisar una puerta,
esperar o descifrar el criptograma reinventando el patrón con el que fue
construido, si alguna vez lo hubo.