domingo, 26 de julio de 2009

El Ojeador


 

No te creas, los busqué en las sierras nevadas, en las montañas rocosas, en los sulfurosos pantanos de Luisiana. Tenían bocas de piños, de piñón, rostros ovalados, negra, cetrina la tez, esponjosos labios. Habían acudido a modestas universidades, méritos escasos, la breve estadística, sueños mal tasados y lejos de casa, con las uñas negras del férreo salario. No te creas, los veía en vídeos y mandé buscarlos, en equipos mínimos, en Valls, el Ovarense, Montcada, por el Altántico, por cuatro denarios y no hubo malicia: éramos todos esclavos. Este fue a Turquía, le pasó de todo, otro entre gitanos dióse dando palmas, el titiritero, el mayo oceánico: ¿qué fuera de ellos? Sí, yo los traficaba, era otra manera de aprender geografía. Si les iba bien, salíamos todos ganando. Y mucha carretera. Se llamaban Gibson, Cartwright, Doyle, Dan Anderson, Washington, Tony Smith, Freddie, hubo un tal Calleja. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Y de sus sudarios? ¿Y yo, en este monte tan blanco y helado, vivo ojo de pez? ¿Rasgo otro filete? ¿Gabardinas verdes? ¿Y ese acordeón del sueño cansado, sordo, iterativo? ¿Se aparece siempre? ¿No será el biombo que se puso Dios para desnudarnos? Bueno, voy bajando, María Luisa llama.

texto: salvador salgueiro
collage: po poy